Latido

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Latido 2396 1413 estadosdelinconsciente

No se si alguna vez habéis experimentado ese momento en el que, tras la muerte, sientes como te vuelve a palpitar el corazón. Lxs que lo habéis vivido posiblemente ya sabéis que, ese instante, no es del todo placentero, ya que revivir implica una descarga de adrenalina tan intensa que a veces resulta desmesuradamente intrusiva y bastante molesta.

Me resulta imposible hablar de este proceso sin que se me venga a la cabeza la vez que un viejo amigo me contó como regresó a la vida. Estaba practicando windsurf cuando, tras caerse, se quedó atrapado entre la inmensidad del mar y la insoportable presión de la vela. Me había explicado con detalle como se había ido quedando poco a poco sin aire, mientras algo que percibía como un tranquilo y dulce abrazo le iba envolviendo cada parte de su cuerpo. No recordaba con exactitud cuantos minutos había estado sumergido en semejante sosiego, pero sí el impacto con el que salió de él. Su expresión fue reveladora “Nunca respirar me había dolido tanto.” Y es ahora, tiempo más tarde, cuando esa frase vuelve a mí.

Hace unos años yo también fallecí. Quien me iba a decir que expiraría mis últimas bocanadas de aire en un quirófano tan frío como sobreiluminado. -Con lo poco que me gustan a mí los espacios con demasiada luz -.

Recuerdo que se me cerraron los ojos mientras una enfermera, que sin duda se había equivocado de profesión, me agarraba fuerte de la mano rompiendo aquel místico momento con un escandaloso hipo que nacía de su llanto. Permanecí sin latido bastante tiempo. Haciendo bien las cuentas, podríamos decir que unos tres años y pico.

No todo este tiempo que estuve muerta lo pasé allí encerrada, para nada. De aquella sala salí a las pocas horas, pero lo hice sin pulsaciones. El ruido había sido tan estrepitoso, la urgencia tan acuciante y el fin tan insistente, que del susto se me paró el corazón. Hay gente que ante el miedo deja de hablar, yo decidí dejar de latir.

Este nuevo estado era distinto, aunque me sentía bien. Me encontraba fuerte y poderosa por ser capaz de caminar, con mi nueva condición de cadáver, entre todas aquellas esencias rosadas. Quizás necesitase más energía que antes para emular a los vivos, y las pasiones de mi vida habían dejado de parecer tan apetecibles como antes, pero igualmente no notaba ningún cambio especial.

Con el tiempo tuve que ir solventando algún efecto secundario. La forense ya me había advertido que era imposible que me sintiese igual que como lo hacía el resto de la gente con circulación. Sin embargo, a mí, todo me parecían ventajas.

Ya no tenía que dedicarme a lo que me apasionaba porque ya no existía sangre que bombear, no hacía falta que me relacionase con mi entorno porque mi nuevo estado solo necesitaba nutriste del frío y no precisaba tener un rumbo porque ya no iba conmigo eso de caminar por la vida. Lo único que me hacía falta era un poco de maquillaje por las mañanas y volver a sonreír.

Al principio se me hizo duro porque, los primeros meses tras la muerte, seguía teniendo la sensación de que no se podía vivir sin impulsos. Una mantiene el recuerdo de lo gratificante que es sentirse invadida por el deseo y al mismo tiempo la impotencia por ya no ser capaz de moverse sin el balanceo de aquel pum-pum, pum-pum, pum-pum… que tanto echaba de menos. Pero al comprobar que no estás sola y que no eres la única inerte en este mundo, eres capaz de asumirlo y encontrar algo de luz. Aunque fuese de la misma temperatura de la que había en el quirófano.

Llegué a mimetizarme tan bien que conseguí olvidarme de que había fallecido. Por fin era capaz de levantarme día a día con ganas de ingerir café, consumir la jornada y tragar series como el resto de lxs todavía mortales. Fue entonces, al creerme una más, cuando nació en mí la arrogancia necesaria para crear este blog y atreverme a escribir sobre la vida. Como si de esta manera pudiese volver a deslizar todo el torrente de palabras a través de mis venas.

En todo este tiempo, le brindé al mundo treinta y tres cartas impregnadas en queroseno y amor por si alguien, al otro lado, quería prenderlas con fuego y así, de paso yo, arder con ellas. Me dediqué treinta y tres mensajes que ni siquiera me digné a leer, hasta hoy.

Llevo tres años escuchando voces que me dicen, en bajito, que con esto de la muerte no solo he dejado de latir, sino que también he soltado mis sueños, que he convertido mi carrera en escarcha y que me he alejado de lxs míxs. Y sí, es cierto que en ello hay bastante de verdad. Pero es ahora, leyendo entre líneas, cuando me doy cuenta de haber dejado un hilo de vida escondido en este blog. Oculto en cada título, en cada palabra, en cada silencio… Porque por mucho que nos invada la certeza, no se puede llegar a morir del todo. Siempre hay un lugar donde, sin darnos cuenta, escondemos parte de nuestra adrenalina para que cuando llegue el momento, podamos hacer latir de nuevo nuestro corazón.

¿Cómo será eso de revivir?

En uno, dos, tres…

Lance: “Le estás inyectando adrenalina en el corazón. Pero está el esternón y debes perforarlo.

Clava la aguja como si dieras una puñalada”

Vincent: “¿Tengo que apuñalarla tres veces?”

Lance: “No, tres no. Sólo una. Pero fuerte. Has de perforar el esternón.

Y cuando esté dentro, aprietas el émbolo.”

Vincent: “¿Y qué pasa luego?”

Lance: “Yo también tengo curiosidad.”

Vincent: “No bromees ¿La mataré?”

Lance: “Saldrá de ésta como si nada. Cuenta hasta tres ¿Preparado? Uno. Dos ¡Tres!

Pulp Fiction.

Foto: Pulp Fiction. Quentin Tarantino.

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