Vendetta.

Vendetta.

Vendetta. 1920 792 estadosdelinconsciente

Llevo varios días delante de una hoja en blanco. Y es que escribir sobre la venganza, no me resulta nada fácil.

Me siento como una vampira ex adicta al plasma que aspira a contaros por qué la sangre es una mala elección mientras observa una turgente y cautivadora yugular. Porque no nos engañemos, el instinto de vendetta por mucho que lo intentemos condenar y frenar, es innato.

El dulce placer de la venganza nos acompaña desde que el ser humano es humano. El Ego nos asiste desde mucho antes de que Freud lo dotase de nombre. Y con él, la provocadora e irracional respuesta ante cualquier ataque u ofensa.

Estoy absolutamente convencida de que, alguna vez en la vida, todos nos hemos sentido Némesis – diosa de la justicia retributiva y la venganza -, cuando nos han invadido, ofendido, herido, menospreciado, vapuleado o puesto en duda.

Cuando nos hacen daño, existe una alta probabilidad de que germinemos esa incisiva rabia ascendente que nos obliga a desenvainar el dedo acusador, acompañándolo – por lo menos en mi caso – de un sádico y penetrante “¿Quieres jugar? Juguemos”. Y es que el poder, la competitividad y la venganza, suelen ir cogidas de la mano.

En ese momento, deberíamos tener muy en cuenta que ya no hay vuelta atrás. Hemos dejado de poseer todo control para adentrarnos en nuestro rincón más primitivo e innato de la personalidad. Ha nacido en notros una irresistible sed de venganza.

Tras esta necesidad ya no hay nada que consideremos más placentero que cavilar sobre el castigo que le aplicaremos a nuestro verdugo. Porque como bien dijo Choderlos de Laclos, tras la llamarada candente de cocción, “la venganza es un plato que se sirve frío”.

¿Pero justifica la satisfacción de nuestro deseo la defensa y el amparo de la venganza?

Lo que pocas veces tenemos en cuenta, es que aquellos que defienden una justificación moral de la venganza lo hacen sin analizar las diferencias de concepto que existen entre ésta y el castigo retributivo.

La venganza no nos permite instalar lindes que nos posibilite ejercer dolor de una manera equivalente o idéntica al sufrido. Por lo que el concepto de justicia, entendida como en la obsoleta Ley del Talión, quedaría totalmente fuera de la ecuación. Lo único que nos queda entonces – ya seamos conscientes de ello o no – es una tremenda ira sin canalizar y una insaciable necesidad de sangre.

Mi experiencia me dicta que si accedemos a nutrir esta exigencia, nos acabaremos sumergiendo en una dermis de incontrolable sadismo. Dicen que cuando uno se venga, lo peor es verse rebajado a la altura del otro. Pero yo creo que lo realmente doloroso es descubrir el oscuro ser que todos llevamos dentro. La venganza saca lo peor de nosotros mismos, hasta el punto de que muchos os sorprenderíais del espeluznante monstruo que podríais llegar a alimentar.

Por suerte no es imprescindible diseñar una devastadora venganza para reparar nuestro honor o restaurar el equilibrio. Posiblemente estemos de acuerdo en que es absurdo optar por convertirse en un agente pasivo, rumiante y rencoroso que continúe permitiendo que el resto se salga con la suya. Pero que también lo es caminar en una dirección en la que se anteponga el dolor del otro a la confianza, seguridad y libertad propia.

Quizás el perdón y la asertividad son la única vía para salir de un incendio como este.

El perdón nos aporta autonomía emocional y nos hace libres. Pero para alcanzarlo hay que saber muy bien como canalizar la ira, y para canalizarla creo que es imprescindible intentar comprender – que en ningún caso significa defender – el por qué de la agresión que hemos sufrido.

La asertividad nos permite respetarnos y, acompañada de una buena estrategia, alejar de nuestro lado a todo aquel que se haya ensañado con nosotros. Sin guerras abiertas ni rencores. Nuestra finalidad es alejar al enemigo para no sufrir más daños, pero sin tener que destrozarlo – aunque la yugular palpite cerca -.

Soy consciente de que luchar contra el incendio emocional no es una tarea fácil, y muchísimo menos teórica. Por lo que antes de comenzar la transición hacia el equilibrio, siempre nos quedará confiar en que algún día la vida nos regale el palco perfecto para contemplar ese tropiezo que, por muy armónicos que nos sintamos, sabemos que vamos a disfrutar de manera muy suave y a cámara lenta.

Foto: Nocturnal Animals de Tom Ford

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