Mi columpio

Mi columpio

Mi columpio 853 480 estadosdelinconsciente

El sauce llora sobre los columpios del jardín. La palabra sauce está subrayada con fosforito y tiene dibujadas unas hojas verdes que brotan de las vocales. A pesar de que me fascinan las catarsis, la nota me persigue, doblada, en el bolsillo trasero del pantalón.

Estoy obsesionada con la transformación y, muy a tu pesar, con la incómoda, saturada y agónica tríada entre comas. Me resulta tan irresistible como de aquella me parecía jugar a ser mayor. Cualquier cosa era mejor que no ser nadie.

Reflexiono con el café en la mano sobre el don para dar en el clavo. A primera vista reluce tu experiencia como ********. Tras una segunda vuelta, más calmada, aparece el símbolo de ****** que llevas tatuado en el pecho. No me suelo enterar de mucho, pero por suerte siempre cae alguna chispa en mi oscuridad. La plena luz es la enemiga de la perspectiva, pero entre el día y la noche cabe una arquitectura tan fantástica como efímera, decía Claude en Tristes Trópicos.

Me balanceaba. Me balanceaba amplia y libre. Aquellos columpios recién pintados eran exclusivamente para mí, pero yo prefería un viejo soporte de aglomerado, de esos que solían tener las mesas camilla para encajar la estufa. Un sábado le pedí al jardinero que rescatase el soporte del montón de leña y lo colgase con tres cuerdas del sauce. Aquella obra de ingeniería me ayudó a creer que realmente podía volar, a descubrir a la niña que no fui pero que todavía sigo siendo. Lo hizo cada día de aquel año, hasta que el invierno la pudrió.

Siempre hay algo bueno dentro de lo malo y un libro entero dentro de una huida.

Imagen: The boy could fly. Nick Castle.

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