Balance.

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Siempre he necesitado hacer los balance de año con perspectiva. Por lo que no es hasta ahora, finales de febrero, cuando puedo mirar hacia atrás y analizar la montaña rusa en la que me subí el año pasado.

En mi caso, viví una metamorfosis personal que dio lugar a un cambio de profesión. Algo que, sin haberme dado cuenta, posiblemente se venía tejiendo desde hace muchos años. Durante esta mutación, tuve la oportunidad de poderme fijar en amigxs que, al mismo tiempo que yo, terminaron de manera abrupta relaciones que parecían absolutamente indestructibles, otrxs que decidieron cambiar de país de un mes para otro, y hasta algunxs, lxs más escepticxs del autoconocimiento, buscaron ayuda porque sabían que necesitaban cambiar algo con urgencia.

Ahora, ya a salvo desde mi sofá, podría describir el 2018 como ese estrepitoso momento en el que una cinta elástica que tras estirar, estirar y estirar hasta no poder tensarse más, se desgarra con todas sus consecuencias. Un desenlace sin duda impactante, pero que si nos paramos a analizar, es de aplastante lógica.

Con el susto aún en el cuerpo y la resaca del gomazo todavía latente, me pregunto ¿por qué solemos llegar a límites tan extremos para cambiar de dirección? O lo que me resulta más inquietante, ¿qué pasamos por alto para perder, sin aparente aviso, el rumbo?

Vivimos en una sociedad en la que el concepto de éxito (cada unx que ponga aquí su definición y estilo) viene inherentemente acompañado de sacrificio, esfuerzo y obstinación.

Se nos ha inculcado –cuando no asumimos el papel de imposible– que para triunfar hay que dejarse la piel por el camino. Aceptamos desde pequeñxs que el sufrimiento está implícito en cualquier travesía hacia la meta. Da igual si hablamos de profesión, amor romántico, vida social o intrapersonal. Pero si bajo esta creencia, tenemos que sentir lo mismo en el camino que nos lleva hacia nuestros verdaderos sueños que en uno que nos dirige hacia una fantasía desdichada, ¿cómo podremos discernir si estamos en la senda correcta?

Mi experiencia me dice que cuando disfrutamos de nuestro día a día, los conceptos de sacrificio, esfuerzo y obstinación, se convierten en juego, dedicación y compromiso. Quizás si la premisa para sentirse exitosx fuese disfrutar, podríamos al menos intuir si vamos o no por el camino acertado sin tener que esperar a ser víctimas de la frustración o de nuestro propio gomazo.

Nos hemos centrado tanto en alcanzar objetivos esperando a obtener la recompensa solo cuando los conseguimos, que en la búsqueda de nuestros anhelos nos hemos olvidado de disfrutar. Nos hemos olvidado de vivir.

¿Qué pasaría si un día, por ejemplo hoy, nos parásemos a evaluar nuestra situación? Si nos detuviésemos y nos preguntásemos con sinceridad si realmente estamos saboreando la vida. Si vamos satisfechxs al trabajo, si estamos disfrutando de nuestra pareja, de nuestros amigxs y de todo aquello que escogemos en nuestro día a día. Puede que acabemos brindando por nuestro presente, pero también puede que nos demos cuenta de que no estamos en el lugar adecuado. En este último caso, y sin mayor finalidad que la de jugar, podríamos imaginarnos qué nos gustaría cambiar de nosotrxs o de nuestro entorno.

Puede que tras la pregunta nos toque enfrentarnos al miedo, la comodidad, al ego, a la presión del tiempo o el entorno, la situación económica o a cualquier cosa que creamos nos pueda impedir avanzar. Pero comencemos por saber donde nos encontramos. Y sobre todo, por estar segurxs de que no es necesario experimentar la muerte en vida o esperar a que llegue de manera pasiva esa gran congestión irracional que hace que tarde o temprano, al igual que la cinta, nos obligue a quebrar.

Qué, ¿te animas a hacer balance?

Me llamo Lester Burnham. Este es mi barrio. Esta es mi calle. Esta es mi vida. Tengo 42 años. En menos de un año habré muerto. Claro que eso no lo sé aún. Y en cierto modo, ya estoy muerto. Aquí me tienen, cascándomela en la ducha. Para mí el mejor momento del día. A partir de aquí, todo va a peor. Ésta es mi esposa, Carolyn. ¿Se han fijado que el mango de las tijeras de podar hacen juego con sus zuecos? No es por casualidad… Dios solo con verla me agoto. No siempre ha sido así, antes era feliz; éramos felices. Mi hija Jane. Hija única. Jane es la típica adolescente malhumorada, insegura, confusa. Me gustaría decirle que se le pasará, pero no quiero mentirle. Tanto mi mujer como mi hija piensan que soy un gran perdedor, y tienen razón, he perdido algo. No estoy muy seguro de lo que es, pero sé que no siempre me he sentido tan apático. Pero, ¿saben una cosa? Nunca es tarde para recuperarse.” 

Lester Burnham. American Beauty

Imagen: American BeautySam Mendes

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